Reseña de Nafta Súper S01 E03 y E04

Uno pensaría que por vivir en el Conurbano preferiría ver otra cosa en la tele, algo que no sea lo que veo todos los días en la calle. 

Pues no.

La marginalidad kitsch de Nafta Súper presenta algo conocido, del barrio, querido, pero lo recubre con súperpoderes, dramas y villanos de otro mundo. Es todo tan berreta y querible que no sé por dónde empezar. 


Bueno, arranquemos por la triste historia del Ráfaga. Cuando era pibe estaba enamorado de la hermana de un chabón del barrio. Le decía la Linda, y creía que era adoptada porque ella era zarpada en bonita y los padres eran re fuleros. Andaba atrás de ella, pero un día su primo (Peto Menahem), con quien tenía una relación de desprecio mutuo, también se fijó en ella y le hizo algo terrible.

Vidrio (así lo llamaron posteriormente) aprovechó un juego nocturno entre chicos para acorralarla en una fábrica y encerrarla en un espejo. Eso es lo que hace con mujeres y pibes: los secuestra, los viola, los mata. La familia del Ráfaga se distanció de él, pero el odio entre los dos persistió por décadas. Y ahora está acá.  Los reflejos de las superficies metalizadas, monitores, picaportes y hasta las propias pupilas pueden convertirse en una entrada peligrosa para ese perverso. Pero Vidrio (Mirror Master) tiene una única debilidad: por una simple cuestión de lógica, la luz apagada le cierra todos los escapes. ¿Cómo funcionan los espejos, eh? ¿EH?


Por otro lado, tenemos al Faisán. Estoy casi dispuesta a admitir que Darío Lopilato no es tan horrible actuando. Bueno no es, sin dudas, pero el personaje le va bien: boludo, catrasca, simpático. Como cuando trabajaba en Casados con hijos. Quizás sea porque la serie le permite desarrollar mucho más al personaje, pero me cierra un poco más que Nicolás Vazquez. Qué se yo. Tiene una madre timbera y un padre ausente, que estuvo preso y tal vez esté muerto. El pibe es un desastre, se la pasa fumando faso, escabiando y cuerneando a su novia embarazada, pero aún así es difícil que te caiga mal. Es un pelotudo tierno, de esos incorregibles que terminan siempre mal.


También me gustó la participación de Sofía Gala como la pendeja atrevida que se levanta al Faisán y lo esconde en el ropero (junto a otro amante, un paraguayo al que el Faisán llama desdeñosamente Arnaldo André) cuando llega su marido, el Gordo colectivero del 216. Las cosas se complican y el pata de lana sale corriendo, llevándose consigo un frasco de flores del Gordo. Ya no tienen respeto por nada, que lo parió. Otra cosa interesante es ver cómo dentro de toda la fantasía heroica irrumpe la realidad, representada en las relaciones tremendamente tóxicas y violentas que se desarrollan entre las dos parejas. El Faisán engaña a su mujer y esta, llorando su bronca, le apunta con una escopeta en la cara. Y el Gordo, sabiéndose el más cornudo del barrio, le da una paliza a la pendeja. 


Además aparecen los Lantern Corps, siendo acá los amigos barderos del Faisán, que tienen el mismo anillo que él. Es una regla de oro que no pueden ir a la cancha sin tenerlo puesto o cosas horribles sucederán (y efectivamente, suceden). Pero así y todo lo bancan, porque para eso están.

Conclusión: cada vez mejor. Hasta me atrevería a decir que ya pueden ir encargando una segunda temporada. 



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